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Canut & Bardina. Diez años de historia viva en la publicidad valenciana. Capítulo 8


Por Enrique Fernández, ex Canut & Bardina.

Aunque lo parezca, no me he olvidado de mi llegada a Anuncios Ballesta y por ello, después de extenderme en los pormenores de uno de sus principales clientes, vuelvo a la calle Quevedo, 5, en la que nos ubicábamos. Era un piso no muy pequeño, de tres o cuatro habitaciones y una cocina, en la que se situó el Estudio de Arte. La mayor de todas era el despacho de Mariano Canut, otro despacho más pequeño, cerca de la cocina, en el que estaba Fernando Alférez, y un espacio mucho más amplio en el que se alineaban varias mesas de despacho y otras con maquinas de escribir, en las que trabajaban colaboradores que venían, ya caída la tarde, a quitarse en unas horas los textos que los demás les habían preparado. El trabajo fue exigiendo más espacios y más gente, pero antes de enumerar o describir a todas y cada una de las personas que formaban parte de la empresa, creo primordial el tratar de describir, labor nada fácil por cierto, al motor y alma de la agencia: Mariano Canut Bardina. Según su propia definición, era "El padre Canuto, que no sabía hacer la O con su propio apellido"... y no le faltaba razón. Con escasos estudios primarios, ni siquiera había hecho el Ingreso, fue cobrador de autobús y no se cuántas cosas más hasta llegar a ser uno de los creadores, si no el único, de una agencia de publicidad pionera en España: Lanza. Sabía algo de publicidad, ¡no!, pero sabía vender como pocos y buscar para sus ventas aquello que más ayudara a las mismas, y ahí estaba la Publicidad. No sabía hacerla, pero sí elegirla y después aplicarla, y como iremos viendo a lo largo de esta historia de él, de sus empresas, nacieron campañas que fueron hitos en España, algunas de las cuales todavía se recuerdan. Era bajito y medio calvo, sobresalía de él un poblado bigote y su voz, salida de no se sabe de qué profundidades. Esta descripción podría ilustrarse con alguna de sus escasas "fotos", pero la significativa es la caricaturó José Luis Moro con el personaje del coñac Fundador y su "está como nunca". Es una caricatura, pero en ella, hasta en sus andares, está reflejado como en ningún otro el físico de Mariano Canut.

El subdirector en la empresa era Fernando Alférez pero el "alma Mater" de la misma era Milagros Canut. Al igual que su hermano, no había pasado de la escuela de primaría, pero se bastaba con su carácter primario para mantener a raya a los banqueros que asediaban continuamente el entorno de las instalaciones. No tenía despacho fijo, iba continuamente de acá para allá, pero debajo de su brazo portaba continuamente una pequeña cartera en la que lo mismo llevaba dinero, que letras de cambio, que documentos relativos a deudores o acreedores. Nadie sabía con certeza que había en aquella cartera, pero algunos había que temían que se abriera. Creo que llegó a llevar secretos relativos a personas que, de un modo o de otro, podían perjudicarla a ella o a su hermano. A su lado, casi siempre, dos grandes valedores: Ramón Vitoria, dueño de un negocio de serigrafía, y Salvador Martínez Altabella, propietario de un taller de huecograbado. En más de una ocasión cualquiera de ellos acudió al "quite" en problemas monetarios. Mariano tenía amigos y ambos lo eran a su vez de Milagros. Era una gran mujer Milagros Canut, la cual, aparte de sus rarezas y sus pocos atractivos físicos, llegó a llevar sobre sus hombros toda la responsabilidad económica de una empresa que llegó a ser de las primeras de España. Murió hace unos años, en 2009 y creo que poco menos que en la miseria.

A mi llegada los clientes fijos eran, el ya citado Licor 43, turrones El Almendro y el fabricante  Juguetes Geyper. Nogueroles, que en los momentos de mi llegada ocupaba todas las horas de Mariano Canut, dejó de ocuparle y a partir de esos instantes Mariano empezó a hacerse más visible en la empresa. Una mañana me llamó a su despacho y me dijo que estuviera preparado, que esa tarde le iba a acompañar a Jijona. Me aleccionó al respecto, indicándome, sobre todo, algo que me llamo la atención, que los socios de Monerris Planelles eran todos muy serios y que en todo momento había que llamarles de usted. Me citó por la tarde y cuando llegué estaba acompañado de dos, para mí desconocidos, a los que me presentó como Sr. Abad y otro cuyo apellido no recuerdo. Trabajaban ambos en el Banco Hispano Americano y tenían, por las tardes, una empresa de publicidad directa llamada Melior. De Valencia a Jijona había ciento y pico kilómetros.

Llegamos por fin a Jijona y a la fábrica de turrones El Almendro. Al primer despacho en el que entramos estaba Avelino Sirvent, socio de la firma y médico de profesión. Había hecho la carrera, en Granada, con mi hermano Federico y mi intimo amigo Enrique Navarro, y nos habíamos encontrado algunas veces en el sanatorio en el que éste último trabajaba. Pasamos algunas horas de franca camaradería y, lógicamente, al encontrarnos en su despacho nos abrazamos con toda cordialidad y con el "tuteo" normal entre jóvenes conocidos... Yo me volví hacía Mariano y le pregunté: "¿Qué hago ahora?". Ante la extrañeza de Avelino, le explicamos las advertencias previas y todos, Mariano el primero, nos reímos del hecho, y Avelino y yo seguimos con el "tuteo". Éste nos llevó al despacho de Roberto Cremades, también socio y joven como él, el cual al conocer la historia de la que nos veníamos riendo optó de inmediato por el abandono del tratamiento. Pasamos después a ver al consejero delegado de la firma, Don Antonio Cremades que, este sí, siempre fue para mi "Don" y de "usted", lo mismo que su presidente, Don Manuel Cerdá, hombre de unos sesenta años, con gafas oscuras y enchufado siempre a un inacabable habano. Como podrá verse, ninguno de ellos era ni Monerris ni Planelles, ya que estos apellidos emanaban de sus mujeres.

La reunión de aquella tarde fue bastante breve y solamente se trataron asuntos de trámite. Los de Melior resolvieron con Roberto Cremades la elección de unos regalos de empresa, mientras que los socios jóvenes me mostraban la fábrica y me explicaban a groso modo algunos de los pasos de la elaboración de los turrones. Partimos ya de noche y cenamos, creo recordar, en un magnifico mesón que había en las proximidades de Alcoy, del que acabé siendo comensal habitual con el pasar de los años.

CONTINUARÁ...