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Canut & Bardina. Diez años de historia viva en la publicidad valenciana. Capítulo 11


Por Enrique Fernández, ex Canut & Bardina.

Publipress, por su parte, empezó a dar muestras de frenética actividad, sobre todo mientras tuvo en su equipo a Alfredo Benavent, chaval de veintitantos años pero con unas dotes para la publicidad como he visto en pocos. Era creativo, era vendedor y por encima de todo, quienes trabajaban en otras agencias no eran sus "enemigos", como ocurría con el resto de la competencia, sino que eran sus amigos y con ellos compartía experiencias. Murió muy joven, a los pocos meses de que empezáramos a conocernos y sin que pudiéramos desarrollar ideas conjuntas que, sin perjudicarnos el uno al otro, nos sirvieran para el desarrollo de la publicidad en Valencia. En su empresa, ni su director Vicent Ventura, ni su segundo, Luis Torres, tuvieron nunca el nivel creativo que ya despuntaba en Alfredo. De verdad que sentí su muerte. Por casualidad, hace unos años, en el 2007, cuando me otorgaron una placa en reconocimiento a mi labor para el desarrollo y prestigio de la publicidad en la Comunidad Valenciana, conocí a su hermana y juntos hablamos de Alfredo Benavent y de las ideas que se trucaron.

Cid y Alas empezaron, también, a darse cuenta del "vivero" de cuentas que podrían captarse en la Valencia, Castellón y Alicante, y pusieron en movimiento sus equipos, lo que hizo que la Comunidad alcanzara gran protagonismo en los medios estatales.

Industrias Geyper se vino con Mariano Canut desde Lanza. Ya antes había lanzado al mercado dos juegos protagonistas: Juegos Reunidos Geyper y el Walki-Talki, una especie de teléfono infantil que no tenía más secreto que el de haber visto jugar a los niños con dos botes vacíos de "cualquier cosa" unidos por una cuerda más o menos larga. Este juego, con el que yo mismo jugué después de la guerra, convertido en algo industrializado, hizo furor entre los niños de la época. Pero no es de los juguetes de Geyper, que fueron muchos y famosos, de los que quiero hablar ahora. Lo haré más adelante. Ahora quiero hablar del personaje: Antonio Pérez Sánchez, gerente y único dueño, junto a su mujer, Juanita, de Industrias Geyper. Era un ser extraño; no sé si juguetero por afición o millonario por vocación, que ambas cosas se unían en su persona. Propietario de varias sociedades, entre ellas la constructora y promotora Coblanca, construyó los primeros "rascacielos" de Benidorm, entre ellos el más alto de la ciudad, y se hacía conducir por un chofer uniformado en un Rolls-Royce, único en Valencia. Vivía y tenía la fábrica en la calle Eduardo Boscá, junto al cauce del antiguo río Turia. Era un edificio grande, de tres o cuatro platas. En la planta baja tenía una amplia recepción con varios despachos y algo de exposición. En la primera, la fabrica, su "laboratorio" y su despacho; más arriba la vivienda y encima una terraza con una gran piscina, bar y un pequeño asador.

He mencionado la palabra "laboratorio" y ésta tiene su explicación: Don Antonio, como se hacía llamar y le llamaba todo el mundo, no estaba casi nunca en su despacho; se situaba ante un amplio banco de trabajo, sobre el que se exhibían cientos de piezas de juguetes descompuestos. Con ellas, formando múltiples rompecabezas, "creaba" sus juguetes. De ese banco salieron los Juegos Reunidos, con sus hasta 50 juegos en una sola caja, el Geyper Gol, el Payaso Musical, el Geyper Mann, los Walki Son, soldados en formación marcando el paso al son de la música que ellos mismos emitían, los camiones Geyper, "con un solo dedo ¡y sin pilas!", los trenes Geyper... y tantos y tantos juguetes con el mismo nombre que hicieron las delicias de los niños de entonces.

Estábamos todavía en los años sesenta, la televisión empezaba a hacerse notar. Algunos personajes, Mariano Canut y Antonio Pérez entre ellos, empezaban a posicionarse sobre el nuevo medio y sus posibles ventajas, pero que dos personas como las citadas fueran juntos en algo constituía, de por sí, algo más que una de las creaciones "Made in Geyperland". Don Antonio era, nada supe de su procedencia, una persona si no culta, sí refinada; siempre iba peinado de peluquería y sus manos pasaban cada día por las de la manicura. No se despeinaba ante nada ni ante nadie, y su dicción siempre era medida y ponderada. Por el contrario, a Mariano Canut ni le importaba su aspecto físico ni su vestimenta, sólo se preocupaba, creo, de su bigote y no digamos nada de su léxico, que siempre era abrupto y sin finura alguna; de su boca, eso sí, con un vozarrón inconfundible, brotaban más "tacos" que palabras, y hasta cuando hablaba con amigos sus vocablos tenían más aspereza que suavidad... Y de ahí mi extrañeza ante una colaboración que no sólo fue fructífera comercialmente, sino que llegó hasta ser amistosa durante muchos años. Claro que esta disparidad no solamente se dio entre ellos dos, hubo otros muchísimos casos. Antonio Cremades, de Monerris Planelles, era poco menos que de comunión diaria; Mariano Canut no entraba en una iglesia ni para contemplar los frescos. Diego y Francisco Zamora Conesa, eran la exquisitez personificada; Mariano juraba como un carretero. Rafael de Burgos, de López Hermanos, era un alto cargo en el Ministerio de Hacienda. Pues con todos ellos se enfrentó cientos de veces Mariano Canut y en la mayoría de las ocasiones se impusieron sus "ineducadas" razones a las más finas contrarréplicas.

CONTINUARÁ...