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Bassat, Ogilvy, Mather... y muchos más

Habían transcurrido cerca de cinco meses desde mi “salida” de Casadevall & Pedreño y comenzaba ya a acostumbrarme a los placeres del “dolce far niente”, cuando recibí una llamada telefónica que cambió mi vida para siempre. Una voz femenina al otro lado de la línea se identificó como la secretaria de Begoña Cuesta, a la sazón Directora Creativa Ejecutiva de la oficina madrileña de Bassat, Ogilvy & Mather, y me dijo que su jefa deseaba verme y charlar conmigo. Aquello sonaba a oferta de trabajo y naturalmente acepté la cita.

Al día siguiente me presenté en Bassat ataviado con algunas de mis mejores galas y algo de la arrogancia propia de quien se siente reclamado. Me anuncié en la recepción y una chica muy atractiva y de rotundas formas femeninas vino a rescatarme de mi ensimismamiento habitual. Era Paloma Ocaña, la secretaria de Begoña Cuesta, y nada me hizo sospechar entonces que acababa de toparme con mi destino. Aquella chica de sonrisa crónica y marcados pómulos acabaría convirtiéndose en mi esposa tres años después, pero esto es un blog sobre publicidad y no una revista del corazón, por lo que reservaré esa historia para una biografía más pormenorizada si es que algún día la escribo.

Al entrar en el despacho de Begoña, me encontré con una mujer de rostro afable y sonriente, parapetada tras su mesa de trabajo. Cuando se incorporó para darme un beso, descubrí, no sin cierta sorpresa, su enorme barriga de embarazada. Debía de estar de unos seis o siete meses. Nos sentamos y charlamos amigablemente durante un buen rato. Por supuesto, no me había equivocado: Begoña me hizo una interesante oferta de trabajo a la que dije sí sin dudarlo. Luego pidió a Paloma que me mostrase la agencia y me presentase a mis futuros compañeros. Fue nuestro primer paseo juntos, y desde entonces hemos recorrido las calles de ciudades como París, Nueva York, Tánger, Estambul, Roma, Miami, Buenos Aires o Túnez sin más equipaje que nuestras miradas y nuestra voz.

Carmen Liñán, Paloma, Jorge Pozo, Maleny, Pedro Espadas y Sylvia de Sienes en la recepción de Bassat Ogilvy & Mather.

Estuve casi tres años en Bassat Ogilvy & Mather. Exceptuando los seis meses de “trainee” en Lintas, nunca había estado hasta entonces en una multinacional. Mi nueva agencia llevaba el nombre de uno de los creativos y empresarios más relevantes de la publicidad española y el apellido de uno de los “gurús” de la publicidad mundial, por lo que trabajar allí representaba un paso muy importante en mi carrera profesional.

Allí trabajé junto a tres directores de arte. El primero de ellos se llamaba Liberto Rius. Hijo de un anarquista catalán que le puso aquel nombre tan significativo, Liberto era un señor de cierta edad de aspecto elegante y señorial. Pertenecía a una generación de directores de arte que habían militado en la bohemia artística antes de dedicarse a la publicidad. Un día me contó con cierta amargura que a finales de los 60 había vivido una temporada en París, inmerso en el ambiente liberal y vanguardista de la capital francesa; y justamente había regresado a la austera y católica España unas semanas antes de que estallase el Mayo del 68 y se había perdido uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX. No nos llevábamos mal, pero yo estaba en un momento de mi carrera profesional muy distinto al suyo. Acabó regresando a su Cataluña natal y allí continuó trabajando freelance para diversos clientes. Unos años después supe que había fallecido en una operación y recordé aquellos meses en los que formamos una extraña pareja. Estés donde estés, Liberto, un saludo. Como dicen en los western, “fue un honor cabalgar a tu lado”.

Paloma Ocaña , Liberto Rius y Margarita Llamazares.

Mi segundo director de arte se llamaba Emilio Cao. Uruguayo, fumador empedernido, poseedor de un temperamento bastante particular, mantuvimos durante el tiempo que trabajamos juntos una relación no exenta de choques y tensiones profesionales. No obstante, logramos sacar adelante algunas campañas interesantes para clientes tan importantes como Argentaria, Telefónica o Ford. Una pieza gráfica para Jaguar consiguió un Sol de Oro en San Sebastian y a punto estuvo de llevarse un León de Oro en Cannes.

Mi tercer compañero de equipo fue una directora de arte llamada Marisa Garijo, a la que ya conocía de mi etapa en Slogan. Aunque nos llevábamos bien e hicimos campañas curiosas, nuestra relación profesional quedó truncada una mañana por la llamada de la secretaria de Douglas, el famoso head hunter.

En resumidas cuentas, mi paso por Bassat fue un periodo fundamental tanto en lo profesional como en lo personal. Trabajé para clientes de todos los tamaños y sectores, participé en numerosos concursos y conocí a muchas personas interesantes, a las que no me gustaría dejar de mencionar. Las grandes agencias suelen estar asociadas al nombre de algún publicitario de pro (Bernbach, Ogilvy, Burnett, Thompson, Segarra, Medina, Pérez, Casadevall…) que imprime a cada una de ellas una personalidad propia y una filosofía distintiva, pero, sin menospreciar el papel de estos “padres fundadores”, el día a día dela agencia lo hacen todos esos nombres menos conocidos pero igualmente imprescindibles. Desde el chico de los recados al humilde contable, pasando por los trainees, los junior, los “ejecutas”, las secretarias…, todos contribuyen a engrandecer el prestigio de una agencia por muy multinacional que sea esta, formando parte de esa “intrahistoria” de la que hablaba Unamuno.

Lo primero que veías al entrar en Bassat era la melena de patricia romana de Maleny, la chica de la recepción. Como muchas otras agencias, la oficina madrileña de Bassat estaba organizada en torno a un prolongado pasillo a lo largo del cual se abrían las puertas de los diferentes despachos. Si no me equivoco, el primer despacho que te encontrabas saliendo de la recepción era el que compartí con Liberto Rius durante unos meses. El siguiente era el de nuestra Directora Creativa, Begoña Cuesta, con su mesa cubierta de montañas de papeles, sus muebles de mimbre y uno de los pocos sofás que había en la agencia. Luego estaba el de Mariola Azores y Juanra Vivanco. Este último era un director de arte de personalidad misteriosa y humor sardónico, cuyo fuerte carácter chocaba a veces con las exigencias de las ejecutivas de cuentas. Mariola era una rubia redactora que, tras su paso por varias agencias, se convirtió en una glamourosa bloguera especializada en belleza y estilo (sigo fielmente sus consejos salvo los relativos a la depilación). Seguidamente estaban Ángel González y Joan LLopis. A Llopis no lo traté demasiado, pero sí a Gónzález, pues compartíamos una gran afición por la música, hasta el punto de que llegamos a recibir clases de guitarra juntos. Luego estaba el despacho de Emilio Cao, por el que también pasé una temporada, y finalmente, un pequeño despacho en el que iban alojando a los recién llegados. Allí estaba la sin par Paloma y habían estado Mariola y uno de los tipos más graciosos con los que me he topado en la vida: el gran Carlos Perrinó. Gaditano de pura cepa, Perrinó era un redactor que no paraba de soltar chistes y chuflas provocado la hilaridad de todos los presentes. Algunas de sus más genuinas expresiones, como “tengo más hambre que´l que se perdió en la isla” o “me meo como un gorila” acabaron incorporándose a mi propio vocabulario.

El gran Carlos Perrinó y Marion Almodóvar.

Otro andaluz genial que conocí en Bassat fue Pedro Espadas, alias “el Coplas” o “Radio Olé”, por su inveterada costumbre de ir cantando por los pasillos clásicos de Lola Flores, Juanita Reina o Estrellita Castro.

La antítesis del extrovertido y folclórico Pedro Espadas era Pedro Mozas, un serio y reservado redactor procedente de Bilbao. Si Espadas era capaz de ponerse a cantar “La Zarzamora” en medio de un restaurante, Mozas podía pasarse una mañana entera sin despegar los ojos de su cuaderno de trabajo, lo cual resultaba tan sorprendente como los arranques artísticos de su tocayo andaluz. Pero sería injusto no mencionar que Mozas poseía un sutil e irónico sentido del humor que contrastaba vivamente con el gracejo cordobés de Espadas.

Allí también conocí a Margarita Llamazares, una copy amante de las espiritualidad oriental y el esoterismo; a Idamor Fernández,un director de arte que siempre me recordó a Tintín, buena persona y profesional y, además, un excelente bajista que actualmente toca con los malagueños Feo. Otro rockero era el redactor Rafa Hernández, que había tocado con Desperados, Abuelas Fumadoras y otros grupos. Luego llegaron Pepa Rojo, Vanesa Vendrell, Javier de Inocencio, Raúl Concheso…

Al final del pasillo se encontraba el estudio gráfico. A principios de los 90 la mayoría de los directores de arte seguían tirando del lápiz y papel para hacer sus bocetos, que luego remataban los chicos del estudio en la pantalla del Mac. Cuando llegué a Bassat había dos personas en el estudio: Diego y Alfonso. El primero era un chaval de voz aguardentosa y dejes muy madrileños; el segundo, un rollizo segoviano que en sus ratos libres tocaba la dulzaina. Luego llegó un punki que montaba en skateboard y al que llamaban Joe por su parecido con uno de los hermanos Dalton que aparecen en las historietas de Lucky Luke.

En Cannes con Pedro Mozas, Marisa Garijo y Paloma.

Cruzando un pequeño pasillo te encontrabas con toda una sección de la agencia dedicada al cliente más importante por aquellos años: Ford. Nunca comprendí muy bien la razón, pero este departamento funcionaba de manera autónoma y casi constituía una mini agencia independiente dentro de la estructura de Bassat. Su Director Creativo era un brasileño de rasgos orientales a quien, como era de esperar, apodaban “el Chino”. Luego estaban Jesús Martínez, un copy muy aficionado a los juegos de palabras; Leticia Bonon, una italiana que acabó montando un restaurante, y una elegante señorita del norte llamada Zazú Tienda. Un poco más adelante, en el “pool” de secretarias, trabajaban la pecosa y rubicunda Sylvia de Sienes, la siempre genial Marion Almodóvar y la morenaza Susana Bellón. Y a partir de ahí comenzaba el territorio de Cuentas.

Hago un alto para una pequeña disquisición.

Debido a la relativa bisoñez de los ejecutivos y ejecutivas que había encontrado en Slogan y Casadevall, fue en Bassat donde me enfrenté verdaderamente con los chicos y chicas de Cuentas. No os equivoquéis: no soy de los creativos que piensan que todos los de Cuentas son simplones correveidiles que siempre se ponen de parte del cliente (todos no, solo el 99%), pero sí consideró que esa tensión que siempre ha existido entre ambos departamentos resulta más positiva que negativa, ya que anima a los creativos a buscar esas idea que ponga en apuros al de Cuentas delante del cliente , y al “ejecuta” a complicar aún más el briefing con tal de hacerle la vida imposible al “creata”. Esta rivalidad, esta lucha entre el Ying y el Yang, es la que hace posible grandes e inolvidables campañas de publicidad.

Mozas, Zazú, Liñán, Espadas, yo, Paloma, Nelly Arranz y Raúl Concheso.

En el departamento de Cuentas de Bassat trabajaban Laura Vega, hermana del genial músico; Carmen Naranjo, una simpática canaria a la que muchos llamaban cariñosamente “Naranjito”; la rumbosa y salerosa Carmen Liñán; una rubia pequeñita pero matona llamada Kety Sierra; procedentes del país de Obama, Melendy Britt y Susan Bennitt; una argentina de nombre Paula Bernasconi y otra chica llamada Silvia Abrisqueta, que había sido presentadora de un programa musical en la tele; y Leticia de Corral, y Martina de Marzi, una austriaca algo prusiana pero de buen corazón; y Nelly Arranz, Cristina Sandín, María Barberá… Y sobre todo, no olvidemos a Ana Machado, una muchacha llegada de Texas que había dejado su carrera de bailarina para ganarse la vida como publicitaria. Tenía genio y carácter, eso dicen; supo mantener su dignidad cuando una serie de ictus la dejaron seriamente impedida y tuvo que aprender a vivir de nuevo. Así, hasta que un nuevo ataque se la llevó para siempre. Estés donde estés, un beso, Ana.

En cuanto a los elementos masculinos de Cuentas, recuerdo a un brasileño llamado Luca con el que apenas coincidí; a “Jotajota”; a Leoncio Méndez, un andaluz muy gracioso que solía hacer imitaciones de Chiquito de la Calzada; a Jesús Valderrabano, un muchacho muy responsable que llegaría a convertirse en Director General de Bassat; a un ejecutivo alto y delgado de cuyo nombre no me acuerdo pero que sirvió de modelo para el anuncio del brazo de Jaguar; a un Director de Cuentas muy chuleta apellidado Gómez; a Antonio Mayoral, Álvaro Vaquiano…

Nuestro Director General era Heinrich Joos, un suizo que, tras su paso por Hispanoamérica y España, se había “latinizado” bastante. Más tarde, trabajé como freelance para su agencia de below y descubrí su enorme cultura y su desmedida afición a la buena Literatura.

El nombre del jefazo máximo, el Consejero Delegado de Bassat, era Fernando Romero. Cuando llegué a la agencia debía tener unos sesenta y tantos años, pero seguía siendo un hombre dotado de una poderosa vitalidad, superior a la de muchos jóvenes. Le recuerdo exigiendo, con su voz grave y profunda, “la frase” de la campaña, pues para Fernando Romero no había campaña si no había un buen eslogan. Hace cosa de un año y medio volví a encontrarle en el homenaje al tristemente fallecido Armando Guerra (gran creativo y redactor que también pasó por Bassat), y a pesar de que ya habría cumplido los 80, seguía manifestado una energía sorprendente, pues apareció y desapareció de la sala donde se celebraba el evento como uno de esos huracanes que cada año asolan las costas americanas.

En la planta de arriba estaba el departamento de Medios y Administración. La verdad, es que los creativos subíamos poco a esa planta, y para mí era un territorio ignoto cuyos habitantes eran rostros borrosos que solo veía muy de vez cuando. Aun así recuerdo nombres como Conchita Cabrillo, Martín Pérez, Yolanda, el Director Financiero, Carlos Municio…y Carlota Pérez, una elegante y educada mujer que también se fue para siempre hace unos años. De Medios solo recuerdo a Ana Gonzalo. En la planta de arriba también estaba Producción Audiovisual, donde trabajaban Cheli Pascual de Zulueta y el simpático Jorge Pozo, un hombre rellenito con bigote de morsa siempre dispuesto a gastar una broma o contar un chiste.

Estoy seguro de que me olvido de muchas personas, tal vez deba comer pasas más a menudo, pero mi memoria llega hasta aquí. Como dije en un párrafo anterior, una mañana recibí una llamada de la secretaria de Douglas, el head hunter, y poco después tenía una oferta para convertirme en uno de los Directores Creativos de Young & Rubicam. Qué dilema se me presentó en aquellos momentos. ¿Permanecer en una agencia donde estaba bien considerado, me encontraba a gusto y estaba mi novia…o emprender una nueva aventura profesional, conocer otras personas y enfrentarme a nuevos retos? Siempre he pensado que un buen profesional debe evolucionar y evitar el estancamiento, así que opté por la segunda alternativa, y una mañana de principios del verano, como un caballero artúrico en busca del Santo Grial, partí hacia Young & Rubicam en pos de la gloria mundana.

Por Javier del Tío Pozo
eltiodelasideas.com

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